martes, 16 de marzo de 2010

Simulacros



No consigo acostumbrarme, sé, sin embargo, que es una falacia imposible, un momento que persigo. Simulacros.

Quisiera creer en fantasmas, en espectros abigarrados e inverosímiles, sombras que quisiera que existieran… fuera de un espejo. En cuanto cierro los ojos me olvido de tu rostro, me olvido de mi mismo.

Me preguntó quién has sido. Momentos de mi vida, fotogramas gastados que esconden a una sola persona, yo mismo.

En el fondo no amamos sino a nosotros mismos, a esa proyección que de nosotros vemos en el objeto de nuestro deseo. El amor siempre resulta un desapego narcisista, ver aquello que no es sino parte de uno mismo como lo otro.

Y como Scottie Ferguson he recorrido las calles de San Francisco en busca de un fantasma.

En el pequeño apartamento de Judy, cuando se ha ultimado la transformación, Scottie está a punto de romper a llorar, Madelein aparece de nuevo a través de una luz fantasmal. Sin embargo todo es una ficción, Scottie no posee a Judy, que ya no existe, ni a Madelein, que no existió jamás, y la luz fantasmal que parece traer a Madelein de la muerte, no es más que el reflejo filtrado de un cartel de neón.

Scottie lo sabe, y a pesar de todo llega hasta el final; decide apurar la copa del engaño hasta las heces porque en el fondo es la única manera de poseer a Madelein, algo que él mismo ha creado desde el mismo instante en que la vio en aquel restaurante.

El Otro siempre es un simulacro, por eso nos amarramos a él. El Otro siempre soy Yo.


Imposible Alemania

Improbable Japón…


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