miércoles, 24 de marzo de 2010

La Escapada


Era tentador marcharse al Norte. Desaparecer. Suecia, Finlandia, por qué no Islandia… Que no, me decías, lo mejor es Noruega…

¿Noruega? ¿Y qué se nos ha perdido en los fiordos?

Y yo qué sé… ¿no querías marcharte?… Además Noruega es un sitio fantástico… yo estuve en Suecia.

Y como siempre él me contaba historias, fragmentos de una memoria agujereada, pasados inverosímiles y absurdos… Briznas de tiempo resumidas en un par de copas y unas risas. Retorcíamos una vez más lugares comunes, juegos idiotas que nos empecinábamos en seguir, como tantas cosas… ¿Y qué más da si había estado en Suecia, o en Noruega, o donde decía haber estado en sus viajes?

Pérdidas.

Hacíamos planes… dos locos desembarcando en Noruega, alucinados, colgados, seducidos, sonados, un par de borderlines sin rumbo ni perspectivas. Noruega era un lugar límite, una Arcadia de blanco y verde, un mundo por soñar, una ventana de posibilidad, era el envés del tiempo…

Iremos a Noruega…

Seguro.

Y nos repetíamos la misma historia… Desaparecer, largarse, más allá del límite… Noruega, al borde del círculo polar. Era el lugar donde reencontrarse con nuestras pérdidas, las suyas y las mías… un mundo de fantasía donde volver a coser recuerdos destripados, descosidos del rencor, retales sucios y desgastados…

Noruega… ya lo verás, te gustará

¿Y qué haremos allí?

Yo pintar, tú puedes pescar salmones… ya lo pensaremos

Hay que ir… escapar

Seguro

Y nos volvemos a encontrar… en los mismos lugares, con las mismas pérdidas, las mismas cansadas urgencias… ¿Qué más da? Nos decimos, iremos a Noruega

Seguro

I slowly tried to bring back

The image of your face from the memories so old…


martes, 16 de marzo de 2010

Simulacros



No consigo acostumbrarme, sé, sin embargo, que es una falacia imposible, un momento que persigo. Simulacros.

Quisiera creer en fantasmas, en espectros abigarrados e inverosímiles, sombras que quisiera que existieran… fuera de un espejo. En cuanto cierro los ojos me olvido de tu rostro, me olvido de mi mismo.

Me preguntó quién has sido. Momentos de mi vida, fotogramas gastados que esconden a una sola persona, yo mismo.

En el fondo no amamos sino a nosotros mismos, a esa proyección que de nosotros vemos en el objeto de nuestro deseo. El amor siempre resulta un desapego narcisista, ver aquello que no es sino parte de uno mismo como lo otro.

Y como Scottie Ferguson he recorrido las calles de San Francisco en busca de un fantasma.

En el pequeño apartamento de Judy, cuando se ha ultimado la transformación, Scottie está a punto de romper a llorar, Madelein aparece de nuevo a través de una luz fantasmal. Sin embargo todo es una ficción, Scottie no posee a Judy, que ya no existe, ni a Madelein, que no existió jamás, y la luz fantasmal que parece traer a Madelein de la muerte, no es más que el reflejo filtrado de un cartel de neón.

Scottie lo sabe, y a pesar de todo llega hasta el final; decide apurar la copa del engaño hasta las heces porque en el fondo es la única manera de poseer a Madelein, algo que él mismo ha creado desde el mismo instante en que la vio en aquel restaurante.

El Otro siempre es un simulacro, por eso nos amarramos a él. El Otro siempre soy Yo.


Imposible Alemania

Improbable Japón…


martes, 16 de febrero de 2010

Beth


Beth siempre me dijo que yo no llegaría a ser jamás un gran artista –o un artista a secas-, que debería haber sido lógico o jugador de ajedrez, o político (more Maquiavelo, supongo)… cualquier otra cosa. Decía que padecía una especie de “Síndrome de Aspeger” camuflado, que, citando a mi admirado Pascal, carecía completamente de “espíritu de fineza”. Probablemente tenía razón. Jamás creí en el “arte” emocional y humano, el único arte que busqué fue una especie de arte maquinal y lógico, un arte absurdo propio de alguien con un “espíritu de geómetra”, totalmente desprovisto de alma, quizá por eso –por esa incapacidad- me interesaron siempre esos intentos de deconstruir el arte, esa desacralización humorística que propusieron gente como Duchamp, o Jarry en literatura: un pirronismo subversivo e iconoclasta. Fue mi particular venganza, un dadá de nuevo cuño: Segis, el dadaísta geómetra. Absurdo.

Pascal contraponía ambos espíritus, o más bien los complementaba; el espíritu del geómetra y el espíritu de fineza. El geómetra razona, piensa en base a principios claros y abstractos, usa la lógica y establece deducciones, pero se olvida de la fineza. El espíritu fino siente, vive la vida y la saborea con ese sentimiento capaz de “ver” las cosas, y emitir no razonamientos, sino juicios, pero se olvida de la geometría. Y así, los unos andan perdidos en el mundo de los hombres y los otros en el de las ideas; unos son capaces de prescindir del tiempo, otros saben apreciar el valor de cada instante; unos infalibles pero fríos, los otros falibles pero sutiles. Para Pascal eran igualmente monstruosos los dos espíritus aislados, sin fineza los geómetras son incapaces de entender las cuestiones de la vida, y sin geometría los finos se pierden y ofuscan en el error. El ideal es la perfecta combinación, espíritu y juicio, geometría y fineza; y entonces es cuando se produce la pirueta pascaliana: el filósofo es el fino geómetra, porque burlarse de la filosofía es verdaderamente filosofar.

Pero era precisamente Beth quien me acusaba de no tener espíritu de fineza, ella y yo, dos geómetras. Ella era arquitecto, y yo un diletante. Yo le decía que hacía el amor con ella geométricamente pero que la veía con fineza, “tú no has tenido fineza en tu vida”, me contestaba, “dedícate al ajedrez, o a la lógica como Jean. Quizá sea eso lo que me gusta de ti, pero no te emociones”. Le proyectó la casa de la playa a Jean, en Normandía, un conjunto de tres cubos perfectamente armónicos sobre un acantilado, y jamás quiso divorciarse de su marido, un abogado parisino que se la trajo de Chicago cuando terminó no sé que “master” de management. Tampoco era algo que me importase demasiado, éramos geómetras, aunque yo quería hacerme pasar por espíritu fino, evidentemente acababa pareciendo una caricatura. Yo pretendía que ella fuera algo así como… La Maga, aquel personaje de Rayuela que andaba por París, pero claro, ni Beth era La Maga ni yo Oliveira, y ni mucho menos poseía yo un kibutz de deseo donde desaparecer. Siempre dejaba que hablara yo, en mi horrísono inglés, sobre Fischer, sobre Duchamp, sobre Platón, sobre geometría proyectiva, sobre urbanismo utópico… sobre tanta tontería. Acabábamos siempre en la cama, en mi exiguo apartamento de París junto a la Cortina Roja, o en algún hotel, rodeados de parejas de mediana edad que buscaban un punto y seguido en sus vidas matrimoniales, haciéndolo entre jadeos, sin decir nada, concentrados; follando geométricamente, en eso si que éramos buenos. Si alguna vez mi relación con Beth tuvo algo que ver con Rayuela, habría que buscarla en los capítulos prescindibles, en alguno corto de Morelli que diera lugar a un posible desarrollo posterior: modelo para armar. De esos que uno se suele saltar cuando relee a Cortázar… se lo suele saltar, a veces.

Aquel tema de Bill Evans nos gustaba a ambos, cada uno fijaba en él sus recuerdos, sus pérdidas… jamás nos contamos qué significado tenía para cada uno de nosotros, cómo habríamos podido, éramos geómetras. Es la versión de Blue in Green que grabó Bill Evans con su trío. Recuerdo haberla escuchado junto a ella, en silencio, acostados en la cama, o sentados; observando el contorno de su cuerpo desnudo, iluminado por una débil bombilla… En algún hotel de París, de sábanas limpias y muebles anodinos.


jueves, 4 de febrero de 2010

Mentiras

-Dime algo bonito, Vienna

-Claro… ¿Qué quieres oír?

-Miénteme... Dime que me has esperado estos cinco años… Dímelo.

-Todos estos años te he esperado

-Y que habrías muerto si no hubiera venido…

-Habría muerto si no hubieras venido

(Johnny Guitar. Nicholas Ray, 1954.)

Mentiras. Fantasear con que hubo otra vida, con la idiota posibilidad que uno no es quien fue… jugar con un pasado ilusorio, irreal. Nunca somos más nosotros mismos que en esas íntimas mentiras que nos contamos.

Pasados muertos y acartonados que reviven ayudados de la falacia, de la mentira…Esa misma mentira que nos salva, y que es lo único que merece la pena.

A menudo me he reconocido en ese otro yo falso, protagonista de historias inverosímiles que pretendo hacer mías… Acabo olvidándome de mi mismo, abjurando, con la fe del converso, de esa imagen que veo en el espejo cada mañana, y que me observa con curiosidad… y de la que me alejo hasta convencerme de que es, de que ha sido, otra persona.

Y ya solo soy un fantasma, un producto de la mentira… de esa falacia en la que solo yo me pertenezco.

El miedo y el desamparo cubiertos por una ficción, la nuestra; eso es el deseo.

lunes, 11 de enero de 2010

Cortina Roja


Es un lugar minúsculo. Apenas treinta metros cuadrados, quizá menos. A la izquierda de la entrada hay dos pequeños cubículos que pretenden hacerse pasar por la cocina y el baño, un prodigio de la fontanería que hace de cualquier movimiento una operación planificada. En la pared derecha solo hay un pequeño ventanuco, forzando el cuello puedo ver una avenida burbujeante de tráfico. El centro de la estancia lo ocupa una gran mesa, atestada de papeles, libros, cosas… prolegómenos de un futuro Síndrome de Diógenes. Tengo un viejo portátil algo sucio y demasiado fatigado, y montones de anotaciones que olvido al instante. Unas sillas, un sillón de tela morada, y algo que en su día fue un sofá. Justo al fondo de la pieza, a la derecha, hay una cama, lugar donde leo, escribo e incluso como. Frente a ella un ventanal, fuente de luz principal de la buhardilla. Se asoma a una anodina galería, rayos de sol oblicuos, panoplia de uralitas y ropas tendidas que nadie recoge. Abajo, en el segundo piso, hay otro ventanal semejante, su interior lo vela una cortina roja, por la noche siempre hay una luz encendida… Jamás he podido saber qué hay tras ella.

Y me imagino escenas en las que ella participa… al anochecer. Ávidos snobs de traje y corbata que con las piernas cruzadas y un Martini en la mano la miran, la observan, la escrutan con detalle, pero con esa indolencia de la vida ahíta y el tedio… y ella les muestra su cuerpo desnudo como si fuera una Susana ante los viejos… viejos que no la obligan, sino que es ella la que obliga… O como si fuera una novia desnudada por nueve solteros, por nueve moldes málicos inexpresivos y vacíos, que ocupan un lugar preciso en una máquina de deseo que sólo ella –sólo ella- es capaz de poner en funcionamiento. Y todo ello ocurre al caer la noche, cuando la luz arranca esos destellos rojos de la cortina que yo… espío sabiendo que ella está allí, sabiendo que ella sabe que miro con impaciencia las sombras que se mueven tras la cortina.

Y quizá ella se cubra el rostro con una máscara, ocultándoles a ellos su expresión de desencanto y fastidio, o mostrando una mueca horrible y desencajada, que ellos contemplan con morbosa atracción… y quizá velando para mí su verdadero rostro… aunque ella sabe, también como yo, que soy incapaz de traspasar con mi mirada esa Cortina Roja, sabe, tan bien como yo, que miro intentando imaginar qué hace ella… imaginando escenas que apenas adivino en las sombras que la luz deja ver

jueves, 7 de enero de 2010

El doble


Y no es más que tedio, e inconstancia.

No es más que cansancio…, y olvido. Esa capa de polvo adherida a mi piel, incapaz de poder limpiarla. Me voy acostumbrando… lo siento ya como algo familiar.

¿Por qué a menudo las relaciones nos causan tanta pereza? No es miedo. Es simple pereza, un estado crónico de pereza que amenaza con instalarse de forma permanente, y al que un día dejas de temer. Como dejas de temer que te salgan arrugas, o canas, o yo qué sé. Laissez fer, laissez passe

Y una inquietud vana, reflejo de nada…, porque eres tú, mi doble, quien siempre acaba robándome aquellos momentos que yo quisiera para mí, aquello que yo querría vivir y que tú, ya has vivido por mí…, dejándome los restos, el plato frío, los instantes ya gastados, el anhelo ya arrugado.


Sé que siempre andas tras de mí, susurrándome lascivamente aquello que ya has vivido por mí, impaciente por contarme aquello que jamás me ha pertenecido, por pasarme tu mano por la cara… Y quisiera olvidarte, sumergirme en ese tedio, abandonarme a un olvido culpable, quisiera dejar de oír tu voz…, y te busco, y te escucho. Y cierro los ojos, dejo que me cuentes todo ello, que me digas lo que yo no pude hacer porque tú ya lo has hecho, dejo que me devuelvas un tiempo sucio, manoseado… dejo que te rías de mí, porque eres mi doble. Y yo me quedo con el tedio, el cansancio, la inconstancia, me quedo con jirones, con momentos ya obsoletos que repito, y se repiten, ya sin lustre… porque tú, mi doble, me los has robado.

Escribir es eso.

martes, 5 de enero de 2010

B & W


Tener la sensación de que todo discurre en un acogedor blanco y negro. Huir de esa estridencia barata y burda, oropeles de colores que me cansan, me asfixian. Ese instante capturado en la memoria, foto fija en blanco y negro. El silencio.

Guardo fotos. Me parezco a un replicante. Historias que busco y desaparecen, pasados inexistentes que reviso, retoco y tergiverso, mintiéndome de forma miserable, ajustando cuentas conmigo mismo, gesticulando solo, siendo el juez y el acusado, la víctima y el verdugo. A menudo me sorprendo escuchando conversaciones ajenas, vampirizando momentos, apropiándome de instantes que apenas me rozan. Me imagino el antes y el después, juego inútilmente con ellos…, luego los arrojo al cubo de la basura de la memoria…, para volver a comenzar de nuevo.

Y aquello que aparto de mi cabeza cada vez que aparece, y que incapaz de olvidar tapo con lo que tengo más a mano, andrajos que yo mismo tejo y que no hacen más que multiplicar su aspecto fantasmal. Espero con desgana el cansancio, el olvido, y ese aburrido silencio al que aspiro.

Indolencia buscada y tomada como una medicina, imagen en blanco y negro apenas rozada por el ruido.

viernes, 1 de enero de 2010

Nighthawks


La potente luz de las lámparas enmarca a cuatro personas. Una mujer, dos hombres, el camarero. Instante de tiempo congelado, atrapado por la luz, aislado de una oscuridad amenazante, fugacidad encapsulada. Nadie dice nada, a penas puedo oír el ruido de las tazas que limpia el camarero. No me decido a entrar, tal es la precaria fragilidad que amenazo con romper.

He entrado otras veces, a esta hora de la noche es el único lugar donde tomar una última taza de café, una olvidada copa; último remanso de paz antes de adentrarse en la negra noche, antes de enfrentarse con los rotos jirones que tapizan de recuerdos una fría habitación.

No conozco al camarero, a penas hablo con él, pido algo, pago, me voy; agradezco su silenciosa eficiencia, su fría obsequiosidad, no sé su nombre, tampoco él sabe el mío. Suelo venir obstinadamente casi cada noche, hoy, sin embargo, me he parado en la puerta un momento, hechizado ante ese fugaz instante que he intentado descifrar.

¿Quién es la mujer? Mantiene la mirada baja, se mira la mano ausente, ¿es el hombre que fuma a su lado su acompañante? Quizá no, puede que sean unos desconocidos manteniendo una intrascendente conversación, desagüe banal de un anodino día. ¿Por qué quiero pensar que no es así? El hombre parece pensativo, observa cómo las volutas del humo de su cigarrillo escapan formando formas caprichosas, ¿único asidero ante lo que le acaba de decir la mujer? ¿O es al contrario? Ambos callan, acaso ya no sean necesarias las palabras.

¿Y el hombre de la esquina? ¿No pudo haber sido él quien vino con la mujer? ¿Escuchaba atentamente lo que hasta hace sólo un instante se decía, o ha sido él quién ha dicho algo que ha provocado de forma súbita el silencio?

Ajeno a todo, el camarero se afana en limpiar antes de cerrar el local, una noche más, ¿mudo testigo de la escena o atento observador del enigmático silencio que concierne a las tres personas que se demoran en su sitio?

Les miro desde fuera, ¿por qué intento encontrar un sentido a una escena que quizá no lo tenga? Acaso no son más que solitarios halcones nocturnos que protegidos por la luz, aguardan unos instantes antes de que la noche les engulla. Esperan, no dicen nada, apuran unos minutos de plenitud antes de perderse en la oscuridad del callejón.

Ella se mira la mano, un hombre a su lado fuma, en la esquina de la barra otro hombre mira distraído su vaso, y el camarero, diligente, no dice nada. Instante congelado en el tiempo, pequeña brizna de eternidad hecha de plástico y vidrio, sólida luz protectora. Hace frío, no hay nadie en la calle, entro.

-Good night…A cup of coffee, please.

Leve mirada de asentimiento del camarero. Oigo el sonido de mi cucharilla mientras remuevo el café. La mujer deja de mirarse la mano, pide un cigarrillo al hombre que se encuentra a su lado, me mira indolente por un momento. Silencio. Recuerdos, desteñidos, raídos por el tiempo que apenas logran alcanzarme...ahora. Miro mi café, nadie habla.

Y yo pienso en alcatraces, en migraciones inacabables, en miradas olvidadas… en la copia de mi mismo que ha quedado atrás.