jueves, 1 de octubre de 2009

Mi hermano, mi asesino

Ha empezado a llover, es septiembre, qué te voy a contar. Ya sabes que me gustan estos días agónicos de verano. La lluvia es capaz de limpiarlo todo, barre esa capa de polvo y recuerdo que parece cubrir las cosas.

Quizá te sorprenda esta carta, hacía ya mucho tiempo que no nos hablábamos ¿La lluvia? Tal vez. Desde la ventana de mi casa puedo ver gente correr bajo la lluvia, otros se refugian bajo los aleros y algunos caminan como si nada sucediera, como yo. Es tan solo un aguacero. Nada más.

He sabido se ti, me han dicho que te va bien, que has vuelto a trabajar, ¿acabaste tu libro? No importa, yo tampoco he hecho nada importante, seguimos donde estábamos, sin tocar el cielo ni el infierno. Me dijeron que te casaste. Ojalá seas feliz.

Hubo un tiempo que pretendí que mi vida transcurriera entre lo banal y lo profundo, no era el único, muchos nos creímos así. Tú también lo sabes.

¿Recuerdas aquellos viajes? No sé por qué hoy me han asaltado esos recuerdos.

Siempre hacia adelante, hasta el fin de un descolorido mapa, naturalmente desfasado, miserables moteles de carretera, solitarias cunetas donde pasar la noche, una cinta de Inspiral Carpets mil veces escuchada –perdida, como tantas cosas-, un trago de whisky en una fantasmal playa de madrugada, una tarde en Cadaqués…

Tantas cosas…

Me vas a tener que perdonar, ya me conoces. Siempre doy mil vueltas a las cosas antes de decir nada, sobre todo cuando tengo que hablar de algo importante… Aunque en realidad sabes que no fue nada importante. Ya todo son recuerdos, desconchados que ensucian la pálida blancura de una pared, virutas de tiempo presas en un mar de vacío.

¿Qué sería de nuestro recuerdo sin ella? ¿Quiénes seríamos? Supongo que un par de desconocidos. Perdona que insista, sé que es un tema olvidado, pero qué quieres, ella es lo único que nos une.

Sí. Hoy la he visto.

¿Dónde? Qué importa dónde, en una calle cualquiera. Estaba parada en un semáforo esperando a pasar. Sigue igual, ¿sabes?, el mismo corte de pelo, las mismas gafas oscuras mirando ¿a qué, a quién? Estaba preciosa. No, no le he dicho nada, tampoco me ha visto. La seguí con la mirada unos instantes, la perdí cuando dobló la esquina. No me moví, allí me quedé, recogiendo de nuevo los mugrientos pedazos de algo que ambos nos empeñamos en hacer añicos, hiriéndome de nuevo con aquello que también te hería a ti…

Tú fuiste mi hermano, y mi asesino. Y ella el arma con la que quisimos matarnos. Ahora, ya ves, ella pasea por una ciudad lluviosa, donde tipos como nosotros se quedan mirando sin decir nada. Porque eso es lo que somos, un par de cadáveres.

Pretendimos seguir viviendo sin querer saber que ya estábamos muertos. Una idiota inercia que llenamos de tonterías. Vemos la vida pasar y creemos que todo eso es real. Pero sólo son recuerdos carcomidos.

Como tú y yo.

Mi hermano, mi asesino.

Recuerdos. Carlos.

She sends her regards.

And what can I tell you my brother, my killer

What can I possibly say?

I guess that I miss you, I guess I forgive you

I’m glad you stood in my way.

(L. Cohen Famous Blue Raincoat)


sábado, 26 de septiembre de 2009

La Novia

La mariée mise à nu par ses célibataires, même. El Gran Vidrio.

Incluso.

La parte superior es la esfera de la novia, puesta al desnudo por los solteros. Esa mancha superior, la vía láctea, es la novia misma; inicio y final de bucle, pero los bucles no tienen comienzo. Una repetición absurda, un ciclo de sexo y deseo. La novia puesta al desnudo se encuentra arriba, trasparente y a la vez opaca. La carne tibia que esconden los inmaculados vestidos de la novia.

De ella pende el colgado hembra gracias un delicado engarce, es el inicio del mecanismo, el motor de deseo que pone en funcionamiento toda la coreografía. Reguladores de presión, manómetros y el cilindro-sexo que no cesa en su movimiento de vaivén: zumpa-zumpa… le sigue el magneto-deseo…Y la gasolina que alimenta todo el motor la segrega la novia, el desnudamiento de la novia. Ese instante previo al desnudamiento.

Una barra de metal separa esta esfera, aparentemente incomunicable.

La parte inferior es el dominio de los solteros. Dibujo de precisión. Nueve solteros parecen ser los protagonistas, pero sólo lo parecen. Son nueve moldes vacíos y es allí donde se inicia el intrincado proceso de alcanzar a la novia. La energía sexual es recogida en forma de gas por los tubos capilares y enviada a los siete tamices cónicos. Junto a los solteros se haya la compleja máquina solipista que ajena a todo realiza su propio bucle interminable: el trineo, la noria, las tijeras y el molinillo de chocolate, todo sigue un movimiento repetitivo. Un movimiento onanista.

Pero el gas, pasado a través de los tamices, alcanza ya el final de la transformación. Sus salpicaduras son recogidas por los testigos oculistas, una extraña operación óptica consigue enfocarlos con la lupa a través de la infranqueable barra horizontal. Y aparecen como nueve disparos justo bajo la novia. Los solteros creen que ha sido su complicado acercamiento a la novia lo que ha provocado su desnudamiento, un acercamiento imposible, pero que la complicada coreografía mecánica del panel inferior ha podido llevar a cabo. Se equivocan. Nada de ello sería posible sin el motor de deseo de la novia que los solteros no ven, y que no verán jamás. Es la novia quien se desnuda, quien pone en marcha todo el proceso. Y quien lo detiene en un instante congelado.

La ropa cae.

Viendo el Gran Vidrio él se preguntaba quién era. Podía imaginarse a ella, desnuda en la cama, tal y como la había dejado hacía sólo unos días. Se preguntaba cuál de los solteros era él, un molde vacío. Una pieza más en un complejo y mudo engranaje que ella había puesto en funcionamiento.

Un vaivén repetitivo. Una precisa máquina imparable, que solo cesa su movimiento cuando el deseo es consumado, y por tanto perdido.

Como siempre se había dejado llevar.

martes, 22 de septiembre de 2009

Cónica

“Si se considera un hexágono inscrito en una cónica, los tres puntos de intersección de los pares de lados opuestos están alineados”

Blas Pascal. Teorema del hexagrama místico.

lunes, 21 de septiembre de 2009

Jayyam

“Si estás ebrio permanece en tu gozo

Si besas a una novia prolonga ese instante

Y si el destino de la vida es la nada,

Supón que no existes y goza a su lado”

(Omar Jayyam, Ruibaiyyat, 107)

Quién fue Omar Jayyam. Aún hoy es difícil contestar a esa pregunta. Su vida está impregnada de leyenda, nos quedan sus obras, poéticas y matemáticas, y nos queda la constancia de que un milagro pudo darse en un ambiente de fanatismo religioso y oscurantismo.

Sabemos que nació a mediados del siglo XI en Nishapur, Persia. Sabemos que fue poeta y matemático, sabemos que reformó el calendario por orden del Sha Malik. Sabemos que fue el autor del Ruibaiyyat; de un “Álgebra” y unos “Comentarios a los Elementos de Euclides”. Sabemos que fue un epicúreo y uno de los más grandes matemáticos medievales. Sabemos todo eso, pero realmente no sabemos nada. Fue un heterodoxo, un iconoclasta, un amante del placer y del conocimiento, un borracho de la vida y del saber:

“Me dicen que habrá, que hay incluso un infierno.

No hay manera de llegar a creerlo.

Si a ebrios y enamorados los esperase ese infierno

Vacío estaría el paraíso, como mi mano”

(Ruibaiyyat, 131)


Una historia:

Tres estudiantes hicieron un pacto: se juraron amistad eterna, y el primero en alcanzar una posición prominente ayudaría a los dos restantes. ¿Quiénes eran los tres amigos? Omar Jayyam, Nizam al-Mulk –el futuro visir de Alp Arslan- y Hassan Sabbah –el Viejo de la Montaña, el líder de la secta de los Asesinos-. Fue Nizam el que llegó más alto, visir del sultán Alp, y quiso cumplir su promesa retribuyendo a sus dos amigos. Jayyam no pidió nada, tan solo aspiraba a retozar con alguna mujer, beber vino, escribir poesía y ensimismarse con el álgebra, así que recibió una renta vitalicia que le permitió llevar la vida que deseaba. Hassan aspiraba a más y merced a la ayuda de Nizam llegó a ser visir de Malik (nieto de Arslan). Hassan era chií ismailí así que comenzó a conspirar contra el sultán, opuesto a su fe, Nizam descubrió la conjura y lo expulsó de la corte. Refugiado en la fortaleza de Alamut, con una secta de fanáticos seguidores Hassan se vengó de Nizam: uno de sus acólitos mató al sultán, y posteriormente otro mató al propio Nizam.

Epicúreo, descreído en materia religiosa, amante del vino, las mujeres; se le ha catalogado como un poeta del gozo y los placeres. Puede ser, pero leyendo a Jayyam, no podemos dejar de apreciar una cierta amargura en el placer. La consecución del placer es para Jayyam algo perentorio, un antídoto no del todo eficaz frente a la muerte. Más que un amor a la vida hay en Jayyam una conjura contra la destrucción que íntimamente sabe inútil.

“Bebe vino antes de que tu nombre desaparezca.

Cuando ese néctar te inunde narcotizarás tu tristeza.

Deshaz bucle a bucle los cabellos de una diosa

Antes de que deshagan tus articulaciones los gusanos”

(Ruibaiyyat, 18).

Beber para olvidar, amar para olvidar, vivir para olvidar; para olvidar a la muerte que presta viene. Rápido, gocemos antes de que sea tarde. No es un canto al placer sereno, es un canto a lo efímero.

“Disfruta de tus horas. El aliento te dejará en tu día.

Te perderás bajo el misterio de la nada

Bebe: no sabes de dónde has venido.

Bebe: no sabes a dónde irás”

(Ruibaiyyat, 22).

El tiempo… el tiempo es el mal, la gran broma en la que quedamos encerrados, una ficción de la cual no hemos sabido salir:

“Ven. No anticipemos el dolor del mañana.

Gocemos juntos este presente fugitivo,

Porque muy pronto seguiremos el mismo rumbo

Que aquellos que partieron hace más de mil años”

(Ruibaiyyat, 77).

¿Es así? ¿Es siempre la felicidad algo efímero? No lo sé. ¿Venenos de nuevo? Probablemente. Pero yo corro, antes de que me alcance la decrepitud y la destrucción. Una carrera inútil que pierdo cada día, y en la que me afano.

“Soy indigno del infierno y del paraíso.

Dios sabrá con que tierra me habrá modelado.

Soy hereje como un derviche; feo como una hetaria

Carezco de religión y de esperanza del cielo”

(Ruibaiyyat, 86)

martes, 15 de septiembre de 2009

Todo el mundo lo sabe

Everybody knows that the dice are loaded

Everybody rolls with their fingers crossed

Everybody knows that the war is over

Everybody knows the good guys lost

Everybody knows the fight was fixed

The poor stay poor, the rich get rich That's how it goes

Everybody knows…

Leonard Cohen.


(Exotica. Atom Egoyan)

“Viene cada noche desde hace meses. Quizá es algo distinto del resto, aunque a penas llama la atención. Viene a verme a mí. Espera paciente en su mesa a que llegue mi turno, a que me ponga este vestido de colegiala y salga al escenario. Me mira, me observa, y normalmente paga para que baile a pocos centímetros de él. No puede tocarme, yo en cambio sí. Siento que con él es diferente, no sé cómo explicarlo, no se trata sólo de sexo, hay algo más, algo que no sentía desde que era una niña.”

“Exotica” es un local de streptease, un pequeño microcosmos donde noche tras noche se entrecruzan historias mínimas: Francis, un hombre casado de mediana edad, inspector de hacienda que cada noche acude a ver como Cristina baila y provocativamente se quita ese uniforme de colegiala que ha elegido como disfraz. Eric, el presentador del espectáculo, que con sus monólogos es capaz de mostrar a los presentes, a uno y otro lado de la pantalla, sus inconfesables deseos, aquello que los iguala: “¿Por qué nos atraen las adolescentes? Quizá porque cuando ellas empiezan a vivir, nosotros ya hemos malgastado la mitad de nuestra vida”. Y Zoe, la dueña del local, embarazada y sin pareja. Nada más sabemos al comienzo, todo está velado y el ambiente atrayente del local nos envuelve. Nos sentimos constreñidos por la propia lógica del streptease, una lógica del desvelamiento. Nada sabemos, pero las piezas de ropa caerán lentamente al ritmo cadencioso de la música, la bailarina, insinuante, irá mostrando su cuerpo, poco a poco…

“Eric también me mira. Es como si cada vez que salgo al escenario hablara conmigo, también con él, como si sólo estuviéramos los tres, siento su presencia como un intruso. Creo que tiene celos, creo que todavía no lo ha superado, quizá por eso aceptó lo de Zoe. A veces pienso que Francis me protegerá, que es eso lo que me atrae de él, pero sé que no es del todo cierto. Espero su presencia cada noche, pero no quiero que me toque.”

Eric se ve obligado a actuar, a forzar de forma brusca la relación que tácitamente han establecido Cristina y Francis, por celos. Porque todavía ama a Cristina, todavía no ha logrado olvidar aquel amor que les unió no hace mucho, cuando ambos eran más jóvenes, cuando Cristina era casi una adolescente, como ahora. La vida da muchas vueltas, demasiadas. Zoe le propuso un trato, Zoe quería un hijo, necesitaba un padre, y es que Zoe no amará jamás a ningún hombre, tampoco se siente atraído por ella, en cambio Cristina sí, hay una intimidad entre Cristina y Zoe que va más allá de la amistad. Pero el enigma es Francis, ¿por qué acude noche tras noche al local? ¿Por qué esa atracción por Cristina? A Francis parece bastarle la relación que ha establecido con Cristina, su matrimonio hace ya tiempo que se fue a pique, pero no fue el desamor lo que acabó con él, fue algo mucho peor, algo tan monstruoso que el espectador lo va intuyendo poco a poco, con la lentitud con la que van cayendo las piezas de ropa. Una hija pequeña, un secuestro, una violación y el consiguiente asesinato. Una tragedia que acabó con su matrimonio, que acabó con Francis. Y tras la comedia absurda que intentó con su sobrina, quizá sea ahora Cristina, que se disfraza de colegiala, aquello que, por unas horas, le devuelva a la vida, le revierta su condición de humano, aunque sea en el acotado espacio de un local de streptease, y bajo reglas que ambos respetan, estableciendo una relación con ella que va más allá del deseo, que ahonda en el recuerdo, que sólo en los cortos instantes en que ella baila provocativamente a pocos centímetros de él, logra hacerse soportable. Francis se sabe quizá protector, aunque sea de manera ficticia, teatral. Pero sólo quizá, todavía quedan prendas por quitar.

“Pobre Eric, le recuerdo cuando le conocí, en aquellos horribles días de búsqueda, intentando encontrar un cadáver, no teníamos ya otra esperanza. Aquello conmocionó a toda la cuidad, todo el mundo colaboró y Eric me ayudó a superarlo, pero lo nuestro acabó siendo un fracaso. Tengo que salir, él está ahí, donde siempre suele sentarse. Pagará para que baile a su lado, yo me quitaré la ropa lentamente, rozándole levemente con la piel desnuda, y él no me tocará. Él recordará cosas, yo también, cosas que no recordaba desde niña.”

El hechizo se romperá, hecho pedazos por los celos de Eric. Y Francis tendrá en sus manos la vida de Eric, la vida de aquel que quizá haya acabado con su última esperanza, pero no lo hará, se abrazará a él, llorará, podrá recordar, con dolor, cosas que no osaba si quiera mirar de reojo. Recordará en Eric a una de aquellas personas que buscaron con denuedo el cuerpo de su hija asesinada, recordará cosas horribles, cosas que jamás podrá sepultar el olvido. Pero todavía queda algo por quitar, queda esa última y minúscula prenda de ropa que desvele la desnudez de la bailarina, queda aquello que une de forma inextricable a Cristina y Francis, aquello que ambos buscan cada noche, entre el recuerdo insoportable de una niña asesinada, aquello que todo el mundo sabe…

jueves, 16 de julio de 2009

El amor. La vejez. La muerte.

La Casa ofrece a sus clientes, en su totalidad hombres ya ancianos, un particular servicio: la posibilidad de dormir toda una noche con una joven. No piden más, pasar toda una noche junto a un joven cuerpo desnudo, tocándolo apenas, rozándolo, aspirando su olor, algo que ya, muchos de ellos, tienen vedado.

“No debía hacer nada de mal gusto, advirtió al anciano Eguchi la mujer de la posada. No debía poner el dedo en la boca de la muchacha dormida ni intentar nada parecido”

A Eguchi le han hablado de ello, lo cierto es que no es tan anciano, sesenta y siete años, y es la primera vez que acude, duda al principio, pero la señora de la Casa le asegura que todo será de su agrado.

Eguchi se desliza en el lecho junto a la joven desnuda y profundamente dormida, no sabe qué hacer, se dice que quizá hubiese sido mejor no haber venido. La toca, la mueve, quizá esté drogada. Se siente viejo, gastado, y el cuerpo de la joven no hace más que acentuar esa sensación, le han dado unas píldoras para dormir. Examina en silencio a la chica, toca sus labios, su pelo, su pecho…, y a Eguchi le asaltan los recuerdos, recuerdos de toda una vida, recuerdos que pretendía ya olvidados, las mujeres a las que amó, las que le amaron, pedazos rotos de su vida que se esfuerza por recomponer, mientras, en penumbra, mira a la joven.

“Eguchi hubiera querido irse, de haber sido posible”

Eguchi volvió, varias veces, como atraído por aquello que mas temiera, atraído por esa belleza juvenil, por esa cercanía, que por primera vez en mucho tiempo, puede oler, tocar…, mudos testigos de su dialogo interior, atraído también por esa presencia carnal y al mismo tiempo ausente, ese sueño profundo, metáfora de la misma muerte que siente próxima… Recuerdos que se agolpan en su interior, como queriendo salir antes de que sea demasiado tarde, mientras él desenreda el cabello de una joven durmiente, pasa su vieja mano por su vientre, por sus muslos, por su pecho…

“La piel, cuyo vello no podía ver, desprendía un tenue resplandor. No había una sola peca en el rostro y en cuello. Ya había olvidado la pesadilla, y le recorrió una oleada de afecto por la muchacha y también la sensación infantil de que era amado por ella.”

El relato de Kawabata acaba de manera brusca, inesperada, y también dramática, como se acaba un sueño al despertar, convirtiendo en una ruina de miseria aquello que con tanta meticulosidad y precisión se ha ido construyendo, deteniéndose en el detalle, en ese gesto, a penas imperceptible, y que sin embargo, sabe necesario. La belleza, y la muerte.

Yasunari Kawabata. La Casa de las Bellas Durmientes

martes, 14 de julio de 2009

Inmortales

“Nada diferencia los recuerdos de los momentos habituales. Solo más tarde se dan a conocer cuando muestran sus cicatrices”

Chris Maker. La Jetée 1962.

Pero creer que el tiempo da lugar a cicatrices sea acaso una ilusión, salvo que creamos que el tiempo sea un remedo de nuestro deseo.

A menudo me he preguntado qué diferencia existe entre el recuerdo de un hecho vivido y una ensoñación; entre la memoria y el deseo. Siempre he creído que el tiempo acaba fijando como cicatrices, como dice el narrador de La Jetée, aquello que ocurrió y que forma parte de nuestra memoria; sin embargo me he sorprendido al descubrir lo paciente que puede ser la propia memoria al tejer falsos recuerdos, me asombra la minuciosa tarea que despliega nuestra voluntad cuando se empeña en hilar, a partir quizá de las fibras de lo ya vivido, recuerdos ficticios que no responden sino a las demandas de nuestro deseo; y que no dudamos en hacer pasar por que ha sido.

El recuerdo y el deseo del recuerdo pueden ser indistinguibles. Solo el tiempo es capaz de diferenciarlos. La memoria y la identidad parecen animadas por esa afilada flecha del tiempo.

Somos inmortales. Inmortales de la nada, pero inmortales.


Dominique A. Immortels

miércoles, 15 de abril de 2009

Ella


No sé quién eres. Y sin embargo tú dices que me conoces.

Aseguras que me observas, que me persigues… “sólo tienes que fijarte”, me dices.

Que tu rostro yace oculto en las sombras de mi vida; que me miras a través de los ojos de la gente… me acechas tras cada puerta, caminas a mi lado.

Oigo tus pasos, apenas te veo; a veces acierto a encontrarte –eso creo- entre la multitud, apareces de improviso mirándome en la calle, o en algún lugar concurrido, al momento desapareces, intento persuadirme de que todo es fruto de mi imaginación sabiendo que es inútil. Te oigo hablar en susurros a mi espalda, giro la cabeza. A menudo hago que se dilate ese instante, dejo que hables, que me cuentes cómo me has robado esas horas, esos minutos, que sólo a mi pertenecen.

Dejo que me describas –hasta el más insignificante de los detalles- aquellos momentos que ella jamás vivirá porque ya los has vivido tú. Y lleno de ira me vuelvo bruscamente, intentando encontrar esos ojos –tus ojos- frente a frente. Cuántas veces he sentido que la realidad se me hacía obsoleta, gastada, manoseada, rancia…tú ya has estado, y me has dejado las migajas, la ropa vieja que creí nueva, usada y arrugada.

Me lo cuentas, oigo incluso como entre susurros te sonríes, pero nunca hay nadie, y yo sólo puedo recordar aquello que tú me has contado como si fuera mío, vivir a través de tu voz –de tus susurros- aquello que nunca llegó a pertenecernos. Susurros, papel impreso, nada.

"Aquella muerta me dijo:

-¿No me conoces?... Pues me deberías conocer…

Has besado mi pelo en la trenza postiza de otra".

(Ramón Gómez de la Serna)

Eres una zombi.

domingo, 5 de abril de 2009

This is Love


Crees que todo esto es ambiguo. Difícil. Pero eres tú quien lo complicas. Te encanta.

Piensas que debes extraer las consecuencias, descubrir los símbolos, destilar las analogías. Juegos idiotas que no interesan, pasatiempos de un snob aburrido, y gastado.

Eres tu propia máscara.

Lo sabes. Solo tienes que sentarte y mirar cómo me quito la ropa. Solo tienes que dejar de moverte y dejar que te alcance.

Y cegar los caminos, haciendo imposible la huida. Llámalo como quieras.



I can't believe that life's so complex

When I just want to sit here and watch you undress

I can't believe that life's so complex

When I just want to sit here and watch you undress

(PJ Harvey. This is Love)

miércoles, 1 de abril de 2009

Trípode


La habría conocido de todas formas, era la esposa de Degrenville.

Es difícil saber ahora qué fue lo primero que me encaprichó de ella, su diseños audaces, o su versatilidad y facilidad para mantener relaciones paralelas sin molestarse lo más mínimo. Degrenville, Robledo, Mutt, y claro, yo. Siempre mantenía relaciones a dos: su marido y alguien más, la sepia acartonada y funcionarial de Degrenville suele resultar bastante aburrida, pero se aferraba a él incapaz de divorciarse. No era el dinero lo que se lo impedía, ganaba lo suficiente como proyectista de cottages de diseño vanguardista para ociosos millonarios como para preocuparse por el dinero.

En un principio no pasó de un escarceo ocasional al que accedió sin darle demasiada importancia, pero pocas semanas después fue ella quien me llamó. Así iba a ser en lo sucesivo, ella llamaba, y yo generalmente accedía.

En las primeras ocasiones lo hacíamos en los moteles cercanos a la ciudad. Una cama grande, la moqueta vieja y recién aspirada, una mesilla de noche con las normas del motel, un mueble con un televisor, un armario con algunas perchas de alambre, el impoluto baño con olor a desinfectante, una cinta adhesiva cubriendo la taza, los vasos precintados en pequeñas bolsas de plástico… nada más. Ese era el escueto espacio que acotaba nuestros intermitentes e intensos encuentros. A veces permanecía en silencio intentando escuchar los ruidos que se producían en las habitaciones contiguas, entre el agradable susurro que producía el tráfico de la autopista. O me quedaba mirando la pared tumbado en la cama, intentando descubrir imperfecciones que no existían, quizá también, intentado encontrar respuestas a preguntas que ella sin embargo no se planteaba.

Fui yo quien le propuso ir a aquel sitio. No lo conocía, fue Mutt quien me habló del lugar, a ella pareció divertirle la idea. Sobre todo recuerdo la enorme cortina roja que había en la habitación, una pesada cortina que destacaba como un elemento extraño e incongruente entre aquellos muebles. Nunca sabías con quién te ibas a encontrar, o cuanta gente podía haber allí. En ocasiones la perdía entre la multitud, otras, en cambio permanecía pegada a mí, expectante… y curiosa. Empezamos a ir con cierta regularidad.

Un día me llamó y me dijo que nuestro particular acuerdo se había terminado, no me dio más explicaciones pero ya desde el comienzo fijamos ciertas reglas, y esta era una de ellas. Pensé que había encontrado a alguna otra persona, o que quizá le estaban empezando a aburrir nuestros ya previsibles encuentros, a pesar de la habitación de la cortina roja. Intenté no darle demasiada importancia. La seguí viendo, era inevitable.

Al cabo de un tiempo me decidí a hacerlo. No fue fácil, pero la influencia de Mutt consiguió que conmigo hicieran una excepción. Sabía que el recuerdo me torturaba, por eso acudí.

No me costó encontrarla. Allí estaba, en la habitación de la cortina roja. A su lado había una persona, era fácil reconocer en su acompañante la actitud indolente y pedante de Degrenville pagado de sí mismo, como quien exhibe un coche nuevo. Estaba sentado a su lado, con las piernas cruzadas y con un Martini en la mano, y sin embargo creo que era ella, allí, desnuda en medio de toda esa gente desconocida quién le exhibía a él. Como quizá hizo conmigo. No lo sé.

No he vuelto a ir.

martes, 31 de marzo de 2009

Oculto


Detrás de lo evidente está lo cierto. Máscaras que esconden, certidumbres impostadas.

Hasta que alguien tira de ti, y te deja desnudo… aunque no quieras.

Ni te atrevas.

The queerest of the queer

The strangest of the strange

The coldest of the cool

The lamest of the lame

The numbest of the dumb

I hate to see you here

You choke behind a smile

A fake behind the fear

The queerest of the queer

(Queer, Garbage)


domingo, 29 de marzo de 2009

Retrato


"Todo retrato que haya sido pintado con sentimiento es un retrato del artista, no del modelo"

Oscar Wilde. El retrato de Dorian Grey.

Segis a menudo se engañaba. La había pintado tantas veces, que terminaba por creerse que se pintaba a él mismo a través de ella. Pretendía retratar su propio rostro usando para ello las facciones de ella, su propio cuerpo, sus miembros… que casi se sabía de memoria, hasta el último pliegue o imperfección.

En esa búsqueda absurda de sí mismo a través de los bocetos y telas que de ella hacía, había acabado por retratarla de forma grotesca, forzando posturas y ademanes hasta lo inverosímil, llegando incluso hasta la caricatura soez… Ella, en cambio, obedecía, paciente, sin oponer resistencia a las cada vez más absurdas demandas de él, siguiendo el mismo ritual de todos los días: llegaba, se quitaba la ropa y se ponía el gastado albornoz, y espera sentada, en silencio, las órdenes de Segis.

Pon el brazo así, esa pierna sepárala más, ladea la espalda, gírate, sólo el cuerpo no la cabeza…

Ella no decía nada, accedía a todas las peticiones con la mayor destreza posible, sin preguntar, obedeciendo casi al instante… mientras él la torturaba con la mirada durante hora u hora y media. Luego se vestía, cogía el dinero, y se marchaba.

Y Segis creía que así, pintando esos cuadros extravagantes que a nadie enseñaba ni vendía, pintaba la imagen de su propio rostro, esa imagen que no lograba ver en viejo espejo por las mañanas y a la que tanto temía, imagen oculta, y sin embargo, presente.

Jamás existió ese rostro oculto, jamás logró pintar sus propias entrañas a través de las de ella. Tras esas imágenes retorcidas y grotescas no había nada, ni si quiera su propia abyección… sólo un vacío, una oquedad sin eco, de la que apenas empezaba a ser consciente. Nada.

Quizá por ello ella siempre acudía, y se dejaba retratar. De aquellas horas muertas sólo recordaba la pesada cortina roja.

viernes, 27 de marzo de 2009

Self


Un asunto entre mi yo, y mi tú.

Deseo recursivo. El Otro siempre soy yo mismo, un espejo donde proyectar mi propio deseo.

Sunday Morning


Con la luz de la mañana todo parece distinto, ya no es esa burbuja de deseo en la creías estar, ese pequeño espacio acotado, donde nadie era. Todo está bañado por otra luz, lacerante, silenciosa, los contornos se dibujan nítidos, incluso la pesada cortina roja del fondo aparece desvaída, llena de imperfecciones, fea, rota.
Ya nada recuerda a aquel lugar donde tratabas –sin conseguirlo- de encontrar esa unidad de intercambio entre ella y tú. Álgebra de intenciones que se resolvió –como siempre- en un torpe y previsible juego, inercias pactadas que terminaban conduciendo donde los dos queríais llegar; inercias que, sin embargo, ella y tú, buscáis intentado no mirar al abismo que se abre a ambos lados.

Y ahora quizá sea esta luz lo que hace que todo se vea más claro. Te despiertas temprano, aborreciendo ese insomnio que exprime tus horas de lucidez diurnas. Ella duerme, y te dices que deberías irte ahora que todo está bañado por esa luz. Buscas con la mirada tu ropa tirada por el suelo y te preguntas por qué a ella le gusta este sitio, esa horrorosa cortina roja, y te dices que quizá a ella tampoco le guste, y que por eso siempre lo hace aquí.
Pero no te vistes. Permaneces inmóvil sabiendo que cuando ella despierte seguirá ese penoso diálogo de reproches condensados en miradas ausentes, deseando que ella no estuviera, que él no se encontrara allí.
No te vistes y te quedas, esperando a que ella despierte. Y piensas que quizá ella también esté despierta, y espera que te marches. Podría hacer lo que tú, buscar sus ropas en silencio y marcharse, fingiendo saber que estás dormido… Pero ella tampoco lo hace.
Y quizá si no hubiera esta luz todo sería más fácil… y más rápido.