viernes, 27 de marzo de 2009

Sunday Morning


Con la luz de la mañana todo parece distinto, ya no es esa burbuja de deseo en la creías estar, ese pequeño espacio acotado, donde nadie era. Todo está bañado por otra luz, lacerante, silenciosa, los contornos se dibujan nítidos, incluso la pesada cortina roja del fondo aparece desvaída, llena de imperfecciones, fea, rota.
Ya nada recuerda a aquel lugar donde tratabas –sin conseguirlo- de encontrar esa unidad de intercambio entre ella y tú. Álgebra de intenciones que se resolvió –como siempre- en un torpe y previsible juego, inercias pactadas que terminaban conduciendo donde los dos queríais llegar; inercias que, sin embargo, ella y tú, buscáis intentado no mirar al abismo que se abre a ambos lados.

Y ahora quizá sea esta luz lo que hace que todo se vea más claro. Te despiertas temprano, aborreciendo ese insomnio que exprime tus horas de lucidez diurnas. Ella duerme, y te dices que deberías irte ahora que todo está bañado por esa luz. Buscas con la mirada tu ropa tirada por el suelo y te preguntas por qué a ella le gusta este sitio, esa horrorosa cortina roja, y te dices que quizá a ella tampoco le guste, y que por eso siempre lo hace aquí.
Pero no te vistes. Permaneces inmóvil sabiendo que cuando ella despierte seguirá ese penoso diálogo de reproches condensados en miradas ausentes, deseando que ella no estuviera, que él no se encontrara allí.
No te vistes y te quedas, esperando a que ella despierte. Y piensas que quizá ella también esté despierta, y espera que te marches. Podría hacer lo que tú, buscar sus ropas en silencio y marcharse, fingiendo saber que estás dormido… Pero ella tampoco lo hace.
Y quizá si no hubiera esta luz todo sería más fácil… y más rápido.

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